Georg
encontró a su maestro, el Gran Mago, contemplando la puesta de sol sentado
frente a la casa. Se sentó a su lado y le preguntó con respeto:
–¿Puedo
interrumpir este momento?
–Claro,
podemos hablar y contemplar a la vez esta belleza natural.
–Maestro,
háblame de la riqueza y la pobreza.
El
anciano miraba fíjamente al sol poniente que es cuando no te humilla y puedes
tratarlo de tú a tú. Y empezó a hablar.
–Érase
una vez un hombre muy rico que tuvo un sueño. Soñó que perdía todo su dinero y
bienes materiales y acababa en la más absoluta miseria. Se despertó
sobresaltado empapado en un sudor frío. Dispuesto a que eso no ocurriera
decidió ponerse manos a la obra en cuanto despuntara el día.
Para
evitar la catástrofe soñada el hombre empezó a gestionar su patrimonio para
incrementarlo. Se rodeó de personas para que atendieran sus asuntos, gente
especializada en negocios en diferentes campos. Al principio todo iba bien, el
patrimonio aumentaba, el dinero crecía y el hombre se sentía satisfecho y veía
alejarse la amenaza.
Pero
resultó que sus colaboradores no eran tan honestos y fieles como se esperaba de
ellos. La propia ambición del hombre contagió a los que le rodeaban y empezaron
a realizar su trabajo buscando su propio beneficio.
No
pasó mucho tiempo hasta que el hombre se dió cuenta de lo que estaba ocurriendo
pero para entonces ya era demasiado tarde. Hasta la justicia llegó a intervenir
para terminar desposeyéndole de lo poco que le quedaba.
Al
fin el hombre se encontró pidiendo limosna en la calle y sin un techo donde
cobijarse.
Otro
hombre rico soñó que cada vez era más rico. Cuando despertó al alba recordó el
sueño y pensó: Para que quiero ser más rico. Tengo todo lo que un hombre puede
desear, una buena mujer, unos hijos maravillosos, unos criados fieles y la vida
resuelta.
Como
vió que no necesitaba más decidió compartir parte de su riqueza con los que le
rodeaban. Así fomentó la llegada a la comarca de buenos artesanos de probada
experiencia en su trabajo. La calidad de éste llamó la atención de gente rica
de comarcas cercanas y después más lejanas.
El
comercio se incrementó en la comarca, llegó más gente dispuesta a trabajar y
aumentó la riqueza del lugar y también la riqueza del hombre, quien veía
sorprendido y a la vez satisfecho que, de cuanta más riqueza se desprendía, más
riqueza atesoraba.
Un
día, andando por las calles de la capital de la comarca, nuestro hombre se
encontró con un mendigo. Se acercó dispuesto a darle limosna cuando reconoció
al otrora hombre acaudalado.
-Caramba,
¿no eres el que antaño manejaba tanta riqueza?
-Si
y mira como he terminado. Procura que a ti no te pase lo mismo. Por cierto, no
tendrás una moneda que darme.
-Por
supuesto, pero no te voy a dar una sino dos y son de oro pero te pongo una
condición para que las aceptes. Con la primera cubre tus necesidades más
perentorias pero la otra debes darla a alguien más pobre que tú.
Dispuesto
a obtener el dinero lo más pronto posible, el mendigo asintió y prometió cumplir
la condición. Luego se despidieron.
Con
las dos monedas de oro en la mano, el hombre decidió que lo más urgente era
comer y beber bien, algo que ya casi no recordaba como era. Luego con el resto
de la moneda cubrió sus necesidades durante algún tiempo hasta que se terminó.
Aún
le quedaba la segunda moneda y viéndola en la mano recordó la condición que le
había impuesto el hombre rico y pensó: Que puñetas, por que he de hacerle caso,
además tampoco está el aquí para ver lo que hago con su dinero que ahora es
mío. Además, quién hay más pobre que yo.
El
caso es que hizo con la segunda moneda lo mismo que había hecho con la primera.
El tiempo se encargó de hacer que su buena vida momentánea fuera menguando
hasta terminar y se vio obligado a volver a las calles a pedir limosna.
Meses
más tarde el hombre rico volvía a pasear por las calles de la capital de la
comarca cuando se encontró de nuevo con el mendigo. Sorprendido le preguntó.
-¿Cómo
es que sigues sumido en la pobreza? ¿No hiciste buen uso de las monedas que te
dí?
-Bueno,
verás, es que por más que busqué no encontré a nadie más pobre que yo
–respondió mintiendo.
El
hombre rico, cargado de buenas intenciones le dijo:
-Toma
otras dos monedas pero con la misma condición, que una la entregues a alguien más
pobre que tú.
Y
así se despidieron. El mendigo realizó el mismo proceso que la primera vez,
gastó la primera moneda en cubrir sus necesidades pero recordando lo ocurrido y
viendo el interés depositado en él por el hombre rico decidió buscar a alguien más
pobre aunque con serias dudas de encontrarlo.
En
esta tarea estaba cuando se tropezó con una mujer haraposa que sostenía un niño
en brazos el cual intentaba obtener un poco de leche de los secos pechos de su
madre.
Algo
en el interior del hombre le susurró: Ellos son más pobres que tú. Y así
decidió entregarle la segunda moneda a la mujer.
Se
alejaba debatiéndose aún consigo mismo en si había hecho lo correcto, cuando un
hombre bien vestido le detuvo y le dijo:
-He
visto lo que acabas de hacer. Podías haberte quedado la moneda porque se ve
bien a las claras que tú también eres pobre y sin embargo se la has entregado a
la mujer. Alguien así alberga un buen hombre en su interior por lo que quiero
proponerte que vengas a trabajar a mi casa. El sueldo no es muy alto pero
tendrás cama y comida asegurada.
Quien
sabe devolver a la vida parte de lo que recibido de ella incrementa su
patrimonio personal y material. Así es.
© del autor de "El aprendiz de mago y otros relatos de saber"
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